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Como en casa

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Crónica de una entrevista de verano a Robert Sanfiz, director de La Nacional, en la antigua “pequeña España”

La Sociedad Benevolente Española (Spanish Benevolent Society): La Nacional es el centro cultural hispano más antiguo de Nueva York, fundado por inmigrantes españoles en 1868.

Natalia Chamorro. Es escritora y crítica. Actualmente es candidata de Doctorado del programa de Hispanic Languages and Literature de Stony Brook University (SUNNY), New York.

Hace un calor que no perdona sombras. Es verano en Manhattan. No ha llovido pero gotean los aires acondicionados en las alturas. Son casi las 4 pm. Alguien abre una puerta y escapa un aire helado que al momento se consume. Salen dos personas conversando en acentos distintos de español. ¿Son turistas o locales? Difícil de saber en la ciudad que habla más de 200 lenguas y contando. Con 25% de la población hispana o latina, el español es la lengua más hablada después del inglés. Estamos en la ciudad de la diáspora al fin y al cabo, donde de cada 5 neoyorkinos, uno es inmigrante. Y los otros 4 deben tener un abuelo o bisabuelo que llegó de tierras lejanas.

Si fuéramos esos bisabuelos, cien años atrás, recién llegados a Manhattan y con nuestras maletas sin rueditas en mano (pues estas las inventan recién en 1987), cansados de horas o días de viaje, hambrientos y expectantes, sabríamos que no muy lejos del embarcadero, tal vez por donde mismo arribamos, existe un barrio que es como una “pequeña España”. Ahí el español se respira en las veredas, sale de muchas casas, restaurantes y tiendas. Nos enteraríamos, tarde o temprano, que en ese barrio hay una morada cuya puerta se mantiene abierta. Adentro, lo que todo inmigrante hispano añora al llegar a un país lejano: una bienvenida que te hace sentir en casa. Obviamente, no falta un plato de comida.

“La colonia hispana en Nueva York tiene una casa”

La Prensa, New York, Junio de 1920

Esa bienvenida la ofrecía la Sociedad Benevolente Española (SBS): La Nacional, fundada en 1868 en la ciudad de Nueva York por inmigrantes españoles para, como dice su página web, “promover, inspirar y diseminar el espíritu de fraternidad y solidaridad entre españoles e hispanoamericanos residentes en este país”. En 1920, esta sociedad compró uno de los edificios “townhouse” del lado oeste de la calle 14 en Chelsea, entre las avenidas séptima y octava, hoy uno de los barrios más caros de Manhattan (¿y de la tierra?). Desde entonces, como menciona un anuncio de La Nacional en el periódico La Prensa, “esta casa no se adquirió con miras egoístas; esta casa, abiertas tiene sus puertas a todos”.

Y continúan “literalmente abiertas” dice Robert Sanfiz, el actual director de La Nacional, señalando la puerta por donde hace poco salió una pareja que había entrado a averiguar sobre la casa, atraídos por la bandera española que resalta en la fachada. Hoy en día pocos edificios tienen banderas en la ciudad, ya no se permiten. Pero La Nacional es de otra época, una donde había no un puñado sino unos 15 000 vecinos españoles entre Chelsea y Greenwich Village.

Robert Sanfiz

La casa hispana

La Nacional está compuesta actualmente por tres áreas: hospedaje, centro cultural y restaurante. Es un trabajo “full time” que a cualquiera llevaría al borde de un ataque de estrés, de esos que son el pan de cada día en la ciudad. Pero a Robert, abogado de profesión, le saca una sonrisa de oreja a oreja. Converso con él en un bochornoso agosto de Nueva York, en el bar del salón de eventos de La Nacional. Afuera, la antigua “pequeña España” continúa la siesta. Como este calor con cerveza fría es menos, diría Sancho en este verano, Robert y yo nos tomamos una ámbar helada para la plática.

Esta casa, me explica Robert, era el epicentro de la comunidad española en New York. Aquí venían los inmigrantes hispanos por hospedaje, ayuda para encontrar trabajo, servicios médicos y en especial un plato de comida. “Y usted no lo pagaba, si no podías no lo pagabas” menciona Don Rogelio Álvarez en una entrevista filmada para un documental que se está haciendo sobre la historia de La Nacional, titulado “Sole Survivor” (Único Sobreviviente). Precisamente, La Nacional es la única sociedad cultural benefactora que queda de un área que ha cambiado con los años, que ha visto abrir y cerrar negocios, llegar y partir familias españolas, y de otras nacionalidades, década tras década.

Robert vive en el antiguo barrio español hace 25 años y dirige La Nacional desde el 2008. Crecido en Queens, el barrio de más habla hispana en Nueva York, él era el único hijo de españoles de su clase. El poco número de inmigrantes españoles coincide con la poca comprensión que ha tenido el país en una metrópoli de diversas y visibles comunidades latinoamericanas. Escuchar que te digan que “no pareces” de tal sitio o que te pregunten “cuándo cruzaste la frontera” se torna lamentablemente recurrente para los hispanohablantes en Estados Unidos. La paradójica xenofobia y el racismo cultural en la ciudad de los inmigrantes, nos pone a prueba en cada espacio. “Y si escuchar un comentario insensible enerva, molesta igual cuando es dirigido a alguien cuya cultura se conecta con la nuestra”, opina Robert sobre la conexión entre españoles y latinoamericanos en Nueva York.

Sin poder saber qué sería de la comunidad española e hispanohablante en general, La Nacional tenía claro los objetivos de la casa: “Esta casa no significará nunca rencillas ni rivalidades. Esta casa queremos que sea cobijo de amor, de unión y fraternidad hispanas” (La Prensa, junio 1920)

Por eso, Robert sonríe mientras me dice que “para nosotros la comunidad hispana es más que los españoles, es la gente que generalmente habla español, y eso se refleja aquí muy bien, porque la Sociedad es un hogar para todos y estamos muy orgullosos de ello”. En una ciudad de inmigrantes, las identidades nacionalidades que se llevan o se heredan muchas veces se mezclan con otras. Así, muchos de los miembros actuales de La Nacional son mezclas de españoles con otros Latinos. La Nacional, en medio de Manhattan, encarna en su presente el deseo y la nostalgia de hermandad de sus inicios.


La pequeña España

Aunque mucho más pequeña en comparación con los irlandeses e italianos, los españoles fueron una comunidad no muy distinta a otras de inmigrantes en crear sociedades de apoyo y conexión entre miembros a quienes les une una lengua y sus culturas. El profesor James D. Fernández de New York University menciona que la expectativa de los inmigrantes españoles era la de trabajar y regresarse a España. Motivos políticos (las guerras mundiales y la guerra civil española) hicieron que varios se quedaran y asumieran el “sueño americano” como propio.

“Uno pertenece a la ciudad de Nueva York instantáneamente, uno pertenece a ella en 5 minutos como en 5 años” dijo el escritor Tom Wolfe, quizás pensando en cómo no sentirse parte de la diferencia que diferencia a la Gran Manzana. Tal vez porque todo inmigrante puede encontrar en Nueva York algo, ¿un sabor?, que les recuerde a casa.

La bandera española en la fachada resalta a la distancia y uno no se imagina que ahí se guarda el archivo de la comunidad inmigrante española de finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. Fotos, documentos de prensa y señas que son solo un eco de los pasos, sobre el piso antiguo de madera, de personajes como Lorca y Picasso, y del sueño de muchos otros que durmieron y comieron en la cantina de esta casa.

La Nacional sigue siendo un sitio excepcional en la historia y el presente de los inmigrantes hispanohablantes en Nueva York. Como antes, aquí se promueve comunidad entre españoles, hispanos y latinos al ofrecer un espacio abierto a lo personal y cultural en medio de Manhattan. En esta casa, señala Robert, se celebran desde compromisos y “baby showers”, hasta presentaciones de libros y exhibiciones de arte. Además de las clases infaltables de español, se crea un espacio de camarería en las noches de Tango, Merengue, música brasilera, Blues, entre otros, que se dan en la semana.

Ahora, pocas veces viene un español para quedarse. Aunque en general, cuándo uno sabe si, sin planearlo, pasará de estudiante, trabajador temporal o turista a inmigrante en Nueva York. Si se enamorará y empezará aquí una familia. Si volver ya no conviene. O si no se puede. De paso, por una temporada corta o larga, para quedarse o no, “no sé tú, pero después de un par de meses fuera de casa yo extraño mi comida”, me dice Robert y yo no puedo estar más de acuerdo.


El restaurante de La Nacional

La comida forma parte importante de la memoria colectiva y personal, de los afectos y las tradiciones de una cultura. No sorprende entonces que Robert me cuente que el restaurante haya sido el alma y corazón de la sociedad. Pero según iban cerrándose negocios españoles en el barrio y la gente se mudaba a otras áreas, la inicial cantina fue alquilada a un restaurante privado que, si bien seguía siendo español, no estaba pensado para la comunidad hispanohablante en Nueva York ni reflejaba ya la cultura española contemporánea. La Nacional recuperó el restaurante en el 2016 pero abrió de nuevo sus puertas en junio de este año, coincidiendo con el aniversario 150 de la Sociedad y el partido España-Portugal de la Copa Mundial. Dos exhaustivos años tomó renovar y replantear el corazón y alma de la Nacional.

La industria del restaurante es súper competitiva en Nueva York, donde hay más de 24 000 restaurantes actualmente. ¿Cómo empezar un restaurante desde cero en este contexto? ¿A qué loco se le ocurre esto? Es, definitivamente, una empresa de soñadores. “De haber sabido de restaurantes, no me hubiera a metido en esta complicada empresa”, menciona Robert, recordando los altos y bajos de sacar a flote el restaurante de La Nacional. Fue avasallante y muchos se preocuparon por la salud de Robert. “¡Pero de nada me arrepiento! – reafirma el director de La Nacional – ¡Mírame ahora. Soy muy feliz!”.

Robert se puso al timón de una flota armada de apoyo, trabajo, tiempo y dinero donado por hombres, mujeres, familias y amigos; entre ellos entusiastas chefs, compañía de cerveza española (Estrella), dueños y managers de restaurantes locales y extranjeros, artistas, compañeros, etc. Con reconocidos chefs abordo, el restaurante ahora permite una inmersión en la cultura española más afín a la contemporánea, mientras ofrece un ambiente ecléctico y moderno a la altura del paladar más exquisito. El renovado restaurante de La Nacional abre las puertas de una alta cocina española como se come en España, con precios también asequibles para la comunidad. “Es que todo puede subir de precio, pero no puedes hacer la comida inalcanzable”, opina Robert, “pues a todos nos gusta ir por una tapita”. Así, el restaurante balancea su oferta culinaria de tapas tradicionales, cervezas y finos vinos españoles, con platillos más elaborados y especialidades del chef.

Este es un restaurante sin fines de lucro. Cosa peculiar por estos lares. Aunque, por la zona en la que está ubicada el restaurante, tiene sentido que se ofrezcan opciones que satisfagan al paladar del 20% de la comunidad que no escatima gastos. Hay que pagar las cuentas, altas como los rascacielos. Pero, por la esencia de La Nacional, tiene igual sentido el mantener a la par precios asequibles para el resto de la gente. Al pedir la cuenta, todos pueden irse felices de saber que los ingresos van a la comunidad.

Un restaurante incomparable, de la comunidad y para la comunidad. El trabajo colectivo de todos los que se unieron al proyecto del restaurante de La Nacional, como otros lo hicieron allá por los años veinte, engendró una joya sin igual en la calle 14 de Manhattan. El ambiente elegante del restaurante incluye con estilo la historia de la sociedad. Los detalles hablan solos; en la pared antigua de ladrillos o el mármol nuevo del bar, la elegante cocina abierta, las señas de los miembros de antaño en una de las paredes, los anuncios de periódicos antiguos en español, muchos de ellos de negocios hispanos que habían en el barrio; la música de fondo y el trato amable de la gente, en todo se siente el presente y el pasado de La Nacional.

El restaurante ofrece platillos tradicionales e innovadores de experimentados chefs valencianos. Y si al salir de las clases, del trabajo, o de paso por la Gran Manzana, la duda está en si cerveza, sangría o sidra Trabanco, el querido “Happy Hour” de todo neoyorkino lo espera a uno en La Nacional con pinchos de tortilla, croquetas caseras y patatas bravas, entre otras complacencias.

En junio la Sociedad Benéfica Española: La Nacional cumplió 150 veranos. Este del 2018 se despide de nosotros con olas de calor abrasadoras en la ciudad de Nueva York. Como siempre, personas de variadas nacionalidades llegan y van hacia algún lado. Al coctel de este bochorno lo adorna el jadeo de los motores de la calle. Muchas buenas pláticas inspiran esta ciudad. Después de hablar con Robert, yo me voy por unas chelas y unas tapas al restaurante de La Nacional. Soy inmigrante peruana en Manhattan, una más. Y aunque llevo 15 años fuera de mi ciudad gris, me siento en casa.

Salud.