El significado de la palabra hogar ya no es el mismo para mí. Me siento como forastera en mi propio pueblo, El último viaje que he dado a mi país natal de la Republica Dominicana me ha dejado con un mal sabor de boca por la incertidumbre que enfrenta el país. Ya no es lo mismo sentarse a tomar un helado o una cerveza en la zona del centro o lo que le llamamos el parque. Existe una soledad y desconfianza que quita toda las ganas de volver visitar. El temor de no sentirse cómoda de andar por las calles que me vieron nacer es el trago amargo de una realidad que no es impactada por los años si no por el cambio como sociedad. Las cosas alrededor de mi hogar han cambiado y lo he notado de una manera muy inesperada. Durante mi infancia, me acuerdo de aquel lugar llamado Jarabacoa - rodeado de un paisaje ecológico de montañas y rio con un clima primaveral. Hoy miro al pueblo con nostalgia y anhelo aquellos años cuando se respiraba un aire de simplicidad, cuando las caras eran conocidas, cuando había un sentido más amigable. Me acuerdo cuando libremente jugaba con las niñas de mi vecindario, como pasábamos horas largas creando una niñez transparente y llena de muchos juegos inocentes combinados con muñecas y canticos alegres. Como adulta, ya no veo a los niños jugar en la calle como solíamos hacer hace dos décadas. La calle Obdulio Jiménez (nombrada en honor a un aportador de área eléctrica en el pueblo) se convierte en camino que conduce al pico más alto del todo el Caribe, El Pico Duarte. La casa de mi abuela, la casa que pasé una bonita infancia, está en la Obdulio Jiménez del sector llamado Venecia.
Llegar a mi aclamado barrio Venecia, y ver la fachada de hoy, fue como retornar a un pueblo que solo quedan los ecos de un pasado que ya no está. Las mayorías de los vecinos se han mudado o han pasado a mejor vida, solo quedan pocos (incluyendo a mi abuelita Teresita o la vecina Brunilda), y ellos también lamentan aquel Venecia en el cual todos vivíamos entre una comunidad y nos tratábamos como familia más que vecinos.
En conversaciones y tomando el café mañanero de siempre con mi madre, platicábamos sobre aquel pueblo que se nos va de las manos. En sus propias palabras me dijo “antes, uno se conocía, se trataba como familia, el problema del vecino o del hermano era también problema tuyo, Jarabacoa era como una gran familia, todo el mundo se respetaba, había más respeto porque todo el mundo se conocía y se trataba como familia.” Afirma que en estos últimos años, ya no es igual. Yo estoy de acuerdo. Recordábamos como nuestra casa se llenaba de reuniones comunitarias por los grupos parroquiales del sector, los llamados “cursillistas”. Me acuerdo claramente como me gustaba pasar las bandejas llenas de aperitivos y refrescos a los invitados, en aquel entonces tenía cinco años. Estas reuniones ya no se hacen en muchas de las casas del vecindario, solo quedan las memorias y el recuerdo.
En el último viaje, mi estadía en La Republica Dominicana solo duró una semana. Por primera vez en mi vida quería irme con tanta prisa y tomarme un tiempo para absorber esta inquietud que me estaba pasando. Necesitaba tiempo para poner mis pensamientos en claro, y buscarle sentido a todo esto. Salí con el corazón revuelto y desencantado de un pueblo diferente. Me salí de la perspectiva vivida y me puse a analizar quien era yo interiormente y porqué me afectaba tanto este cambio. Soy una persona criada en los Estados Unidos, solo visitaba a mi país los veranos cuando niña, en aquel entonces no tenía una definición en el papel que juego aquí como persona. El dominicano de allí me ve como ¨Dominican York¨ o gringa sin tener una mínima idea de quién soy.
Aunque crecí en una zona donde dominicanos éramos pocos nunca perdí mi identidad y siempre he llevado con orgullo mis raíces. Me empeñé a seguir nutriendo mi lengua materna, mis costumbres, para asegurarme de mis orígenes y antepasados.
El dilema empieza cuando existe esa duda de aceptar el cambio interior y compaginar todas las experiencias vividas como inmigrante y la identidad de mi descendencia. Yo, Yumilka Pamela Ortiz, soy una tipa muy eclética, me gusta el rock como me gusta el merengue. Crecí en un barrio Portugués y Español en Nueva Jersey, eso influyó a que me valla a vivir y estudiar a España y adapté algunas cosas de ese país, sobretodo mi profesión como especialista de vinos y mi afición al arte flamenca. Además todo lo del viejo mundo me llama la atención y ahí despierta esa fase de mochilera y me lancé a diferentes rincones de Europa y el Medio Oriente para buscar en cada pueblito y país un poco de mí.
El tiempo pasa y a mis treinta y un años de edad ya voy buscando las piezas que encabezan este rompecabezas de buscar el sentido de la palabra hogar. Yo sé que tengo un cumplimento moral y personal de ir de nuevo a mi pueblo natal. Sé que tengo que regresar y sembrar algún tipo de lazo que ayude a la gente o el progreso de mi pueblo; aportar como hija ausente y darle esperanzas aquellos que no ven más allá que el desespero por sus limitaciones y condición de vida.
Mis antepasados llevan un legado de gente que luchó y aportó por el pueblo. Empezando con mi tátara abuela ¨Mamá Prieta¨ partera del pueblo que ayudó a todo el pobre que necesitaba alojamiento o un simple plato de comida. Su hermano fue servidor del ayuntamiento y músico. Luego están mis abuelas de parte materna y paterna que se dedicaron a la educación, junto a Doña Ercilia (mi bisabuela), maestra y distinguida dama en la sociedad, hija del General Daniel Batista luchador por la restauración del país en el siglo XIX. Mis abuelos, hombres de trabajo en el lado de la administrativo del cultivo del maní y el otro como trasportador y chofer de camiones viajando por todas las rutas del país. Luego están mis padres; mi madre que fue maestra de primaria en áreas rurales de la zona y mi fallecido padre, hombre que trabajó en el área de auto mecánicas y exportación de vehículos, fue un hijo que ayudó al pueblo y contribuyo con donaciones de ambulancias entre otros donativos para el necesitado. Mis padres fueron el puente de darnos un mejor futuro a mí y a mí hermana. Emigraron a Estados Unidos para trabajar para un mejor futuro honradamente, pero sin olvidar a su querido pueblo de Jarabacoa. Debo de sentirme orgullosa de toda una historia familiar llena de patriotismo, caridad, y orgullo por mi pueblo. A mi hogar, le debo mucho más que un cumplimento de legado familiar, le debo quien soy.